Si nos hicieran un análisis minucioso encaminado a encontrar restos de contaminantes en nuestra sangre, grasa y orina, los resultados seguramente nos incitarían a tirarnos de cabeza a los contenedores del punto limpio de nuestro barrio: plomo, arsénico, níquel, aluminio, pesticidas, disolventes, hidrocarburos y hasta más de cincuenta agentes tóxicos que cualquiera de nosotros, ciudadanos de un país industrializado, acumulamos en nuestro organismo a lo largo de toda nuestra vida. Un completo almacén de residuos de los que no somos conscientes y a los que no se nos ocurre pedir cuentas cuando tenemos alguna enfermedad.
Al parecer, es el peaje del progreso: en las últimas décadas se han liberado al agua, al aire y utilizado en los alimentos más de 100.000 sustancias tóxicas sin saber cuánto tiempo permanecerían dentro de nosotros ni qué consecuencias podrían tener sobre nuestra salud. Nuestro sistema de desintoxicación se entrega con ahínco a eliminarlas, pero muchas de ellas se resisten a desaparecer de nuestro interior: son los POP (por las siglas en inglés de “contaminantes orgánicos persistentes”), unos compuestos químicos diseñados para resistir el paso del tiempo y que continúan en nuestro organismo durante décadas. Como indica Miquel Porta, catedrático de Medicina y Salud Preventiva: “Nuestro cuerpo se ha convertido en un depósito de contaminantes tóxicos persistentes (CTP en español) desde que, hace unas seis décadas, se generalizó su uso intensivo, inconsciente y a menudo irresponsable en todas las esferas de nuestras vidas”.
Biberones libres de bisfenol A.
Desde este año, todos los biberones que se fabrican en la UE deberán estar libres de bisfenol A (BPA). Se trata de un compuesto habitual en los plásticos, con una particularidad: se desprende con el calor, por lo que pasaba a formar parte del contenido del bibe. Los daños posibles: puede tener efectos adversos sobre el desarrollo del bebé, su sistema inmunitario y propiciar enfermedades crónicas en su vida adulta. Hasta ahora, todos los biberones plásticos lo llevaban.
Mejor peces pequeños.
Una investigación del proyecto INMA ha revelado la presencia de niveles elevados de mercurio en peces –especialmente en los grandes, como el atún rojo y el emperador– y su relación con un desarrollo cognitivo menor en los niños. Por eso, recomiendan que durante el embarazo y la primera infancia se consuman únicamente peces pequeños, que contienen menos metales pesados.
Semen contaminado.
Mucho se ha hablado de la mala calidad del semen de los españoles. Pues bien, la oligospermia –o baja concentración de espermatozoides– podría estar relacionada –según sugiere un estudio realizado por el Institut Marquès de Andrología y el CSIC– con la contaminación ambiental; más en concreto, con la exposición del embrión a los disruptores endocrinos, unos compuestos químicos que en el organismo humano actúan como estrógenos y que abundan en el agua de los ríos.
Radiografía de la contaminación.
Partículas en suspensión: sulfatos, nitratos, amoníaco, cloruro sódico, etc.
Contaminantes y compuestos orgánicos volátiles (COV) emitidos por vehículos, disolventes e industria.
Dióxido de nitrógeno de los procesos de combustión (calefacción, motores, etc.)
Dióxido de azufre de la combustión de fósiles.
Fuente: este texto fue retirado de una pagina publica de Internet.
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